Por: Yanio Concepción
República Dominicana vive hoy día la disyuntiva de la transparencia pública y privada. El pueblo es cada vez más consciente de su protagonismo cuando paga impuestos y no recibe los beneficios directos en empleos, educación, salud, transporte, entre otros servicios públicos.
La inclusión, la globalización y la tecnología deberían propiciar más transparencia, menos promesas falsas y cero corrupción administrativa. Los desaciertos y los abusos del Gobierno ya son de dominio público a una velocidad indetenible. El pueblo sabe que cuando un banco quiebra, el Estado lo rescata con el dinero del presupuesto nacional. El pueblo sabe de las fortunas que se hacen en un cuatrienio presidencial.
Los indignados: estudiantes, padres de familia, intelectuales, desempleados, activistas se reúnen fácilmente al simple llamado de un correo electrónico. Con un breve y veloz mensaje de texto se puede convocar una revolución que luche por el bienestar de la población. Quienes manejan el poder a ultranza, según sus propósitos egoístas, parecen no entender el lenguaje de los tiempos posmodernos.
El poder económico se ampara en la democracia para operar eliminando la competencia y creando mega-monopolios en todo el mundo. Ellos, los ‘dignatarios’, controlan el dinero, los medios de comunicación, las creencias, los servicios públicos, la alimentación, la educación, la guerra y hasta la paz.
La violencia y el delito se han convertido en preocupaciones latentes de la gente. El Estado dominicano, en lugar de garantizar la seguridad ciudadana, se sumerge en una encrucijada de demagogia y triunfalismo. Los políticos son los mismos y siguen haciendo lo mismo, pero el pueblo ya no es igual. Entonces, ¿cuál es el camino para una mejor sociedad: el camino conocido de los políticos de siempre o el ‘trillo’ que comienza a abrir el pueblo indignado?
YC