Por: Yanio Concepción
Cuando en un país se pierde el respeto, cuando nada asombra y todas las personas van ´donde va Vicente´, hay que revisarse como Nación.
Cuando se pierde el respeto a las leyes, a las normas y a las costumbres se ha llegado a una frontera que no nos deja avanzar, mejorar ni crear nuestro propio destino como Nación.
Vivir en tiempos de elecciones en República Dominicana, desde el General Pedro Santana, es una experiencia denigrante, enloquecedora e irreverente. Bajo la consigna de ser un país democrático, cuando ni siquiera entendemos el rol del Estado Social de derecho democrático, se cometen abusos, atropellos, torpezas y excesos que ameritarían la intervención y control de los organismos responsables de la paz y la moral ciudadana.
La democracia que estamos construyendo desde el 1844 es débil, poco transparente, manipuladora y aberrante donde los recursos son invertidos para la compra del poder.
La política debe ser la gerencia más noble y oportuna para planificar y ejecutar la prosperidad de los ciudadanos, donde se practique el bien común, la verdad, donde sólo Dios esté por encima de todos, donde prevalezca la libertad y que la patria libre y soberana se levante por encima de todo y de todos, con valores innegociables como lo quisieron los fundadores de la nación.
La democracia bien entendida y bien ejercida otorga derechos como la voz y el voto, pero también implica deberes de cada ciudadano dominicano, libre e independiente.
Exigir, con respeto, nuestros derechos y cumplir, con responsabilidad, nuestros deberes es el camino que nos conducirá a la prosperidad y a la justicia social. La educación debe enseñarnos a convivir en paz y a respetar la dignidad y los derechos del prójimo.
¡Políticos, dennos buenos ejemplos más que buenos discursos! ¡Enséñennos que su verdadero interés es la Patria en su sentido más plural y justo! ¡Basta ya de tanta violencia verbal, de tantas mentiras y de tanta contaminación audiovisual! ¡Por Dios, respétense y respétennos!
YC